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Reflexiones y acciones de mi Patria                  MOMENTOS HISTÓRICOS


                 al tiempo que la retórica de Noriega contra los Estados Unidos se
                 enardecía y se arropa en un falso nacionalismo para defender la red
                 de esquemas ilícitos que se servían del propio estado panameño. El
                 15 de diciembre, de hecho, le declaró la guerra a los Estados Unidos.

                   La víspera de la invasión asistí a la fiesta de Navidad de la APE-
                 DE. Más tarde en casa, ya acostado, recibí una llamada a media no-
                 che informándome que los militares estadounidenses estaban ata-
                 cando el Cuartel Central de las Fuerzas de Defensa, en El Chorrillo.
                 Encendí la televisión de inmediato y vi que CNN transmitía en vivo
                 lo que ocurría. La tensión y el desasosiego de esos días nunca más
                 quisiera repetirlos.


                   La confusión imperó los siguientes días, con informaciones ex-
                 traoficiales de lo que estaba sucediendo en el país. Para sorpresa
                 de todos, las Fuerzas de Defensa no respondieron coordinada-
                 mente al ataque bélico, la misma noche del inicio de la invasión, los
                 mandos altos y medios corrieron a esconderse, comenzando por el
                 propio dictador,  dejando sin liderazgo a las tropas, que respondie-
                 ron aisladamente.

                   El día 22, mi padre me informó que había recibido una llamada del
                 celador de nuestro vecino en la Urbanización Industrial, Gold Mills,
                 reportando que Agencias Motta estaba siendo atacada por batallo-
                 neros, esas pseudo milicias civiles que Noriega había promovido y
                 armado, usando un discurso de odio de clases en que identificaba al
                 sector privado empresarial –que exigía el fin de la dictadura— como
                 un enemigo interno. Después de unos minutos de gran incertidum-
                 bre y angustia, decidí partir hacia mis oficinas en compañía de mi
                 hijo mayor, Roberto.


                   En el trayecto hacia la empresa observé el espectáculo más dan-
                 tesco y deprimente que jamás pensé ver: personas cargando refri-
                 geradoras, televisores y todo tipo de mercaderías. Noriega había
                 absorbido al cuerpo policial dentro del ejército, por lo que durante


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